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“En la Unidad de Cuidados Intensivos entre nuestro personal y los afectos de los pacientes, se forma una nueva y gran familia”

Son las palabras de la doctora Myriam Marcial, una de las coordinadoras de la UCI I (Unidad de Cuidados Intensivos I) del hospital Ángel C. Padilla. Hace 10 años lleva adelante esta tarea que requiere de temple y entrega especial, muchas horas de dedicación y la sensibilidad de entender que a diario entre esas cuatro paredes se juegan vidas constantemente y la esperanza de cientos de familias que esperan por la recuperación de sus seres queridos.

Myriam tiene una voz apacible, en su tono y en su cadencia se encuentra eso que uno imagina que puede necesitar en un momento de desesperanza: un abrigo, una amiga, alguien en quien apoyarse.

Con ese color en su voz cuenta que en la terapia, en la que hace tantos años transcurre sus días, se recibe mayormente a pacientes politraumatizados a causa de accidentes de tránsito y que si bien reciben a víctimas de otras afecciones neurológicas, como aneurismas cerebrales, ACV y hemorragias, los casos más cotidianos que arriban son producto de traumas por accidentes de moto: “Nuestras camas están generalmente ocupadas por pacientes jóvenes que suben a respirador y son post-operados neurológicos”, detalla.

De acuerdo a la gravedad y evolución de esos pacientes, explica, se determina el tiempo de su internación, hay algunos que llegan a permanecer tres meses en la unidad para resolver sus patologías y excepcionalmente se presentan casos que incluso toman más tiempo.

“Tuvimos en nuestra UCI durante dos años a Lily, ella tenía ELA y compartió todo ese tiempo junto a nosotros. Creo que esa fue la mejor experiencia que tuvo este servicio en cuanto a la relación con la familia, creamos un vínculo con sus tres hijos, el más chico de ellos tenía 12 años y para esa paciente organizamos citas con horarios particulares, esta fue prácticamente la casa de sus hijos durante dos años hasta que Lily murió”, recuerda Myriam.

Relatando esta experiencia que la marcó tan profundamente, también rememora que a través de un enorme operativo sin precedentes lograron llevar a la paciente a su hogar y cumplir de esta manera un anhelo enorme de Lily: “Esto fue lo mejor que pudo pasarnos porque pudimos trasladar la terapia intensiva al campo, a un paraje en medio de los cañaverales llamado ‘La Marta’, en el departamento de Burruyacú. Llevamos nuestros respiradores en modo portátil, con tubos de oxígeno y mucho esfuerzo, pero la experiencia lo valió totalmente, fue muy linda”.

La especialista resalta que cuando el paciente comienza a recuperarse y a evolucionar, se empieza a hacer participar a la familia de ese proceso: “Ellos entran y de parte de los enfermeros reciben la enseñanza sobre cómo manejarlos, bañarlos, darles de comer e higienizarlos; a la vez que los kinesiólogos se encargan de instruir sobre cómo manejar la parte respiratoria, ya que tenemos muchos pacientes con traqueotomías. Todo esto es fundamental, porque por un lado al paciente lo acompaña mucho más su familiar y eso genera que esté más relajado y con menos miedos y por otro lado, las familias ya están entrenadas para afrontar y manejar la situación que se encuentra atravesando su familiar”.

Respecto a la humanización con la que se encara la labor diaria, el balance de Myriam es sumamente bueno: “Desde hace unos 5 años que este sistema se implementa y tuvimos resultados muy positivos, porque el familiar ya va impregnado en cómo manejar al paciente, lo cual redunda en menos complicaciones y especialmente porque se crea un ambiente donde se forma una nueva familia con nuestro personal y esas personas que vienen de afuera. Más allá de mi horario formal de trabajo, suelo todos los días salir pasadas las 19 o 20 horas y eso hace que aquí sienta que tengo a mi segunda familia en la gente de la terapia y los familiares”.

Al momento de buscar palabras para describir su profesión y especialidad, no duda en responder que no cualquiera puede hacer terapia intensiva, ya que los enfermeros, médicos y kinesiólogos que allí trabajan ven patologías muy distintas a las de sala. “El paciente que entra aquí siempre es de gravedad y tiene alto riesgo de muerte, el objetivo principal de la terapia es salvarle la vida y eso implica una serie de acciones de extrema concentración y urgencia, en cualquier horario. En la terapia no existen feriados ni asuetos, no hay Navidad ni Pascuas, para nosotros de lunes a lunes es lo mismo, este mundo no se rige por el calendario”, reflexiona.

En lo que tiene que ver con aquellos aspectos que hacen de la labor llevadera, Myriam pondera el trabajo en equipo, el cual considera los fortalece y la convivencia, que hace que la interacción sea dinámica entre todos los miembros de la terapia.

“Estamos en comunicación permanente, manejamos en igual grado la información y esto también hace que el estrés disminuya un poco. Tenemos los mismos miedos y sentimientos que tienen las familias, porque el primer objetivo es salvarle la vida a cada paciente”, finaliza.

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