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“La vida del trasplantado es maravillosa porque no tiene techo”

Héctor Rolando Manca tiene 58 años. En 1996 le diagnosticaron enfermedad de Wilson, una patología que atacó a su hígado y con la cual no podía seguir viviendo. El milagro del trasplante llegó en 2003 y hoy cuenta su historia para inspirar a más personas a sumarse a la donación de órganos.

Cada 6 de junio, comunidades de todo el mundo celebran el Día de los Pacientes Trasplantados. Se trata de una fecha impulsada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), para concientizar sobre la importancia de donar órganos.

En Argentina, tras la aprobación de la Ley Justina, las oportunidades aumentaron y los milagros parecen más cercanos. Sin embargo, hace 18 años cuando Héctor comenzó a transitar este camino, la lucha era más dura.

“Soy un sobreviviente de la lista de espera y he tenido la gran oportunidad de vida que se llama trasplante. Fue el 1 de julio del 2003. En el ´96 me diagnosticaron la enfermedad en el hospital Italiano de Buenos aires. El doctor me dijo que tenía para darme dos noticias, una mala y una buena. La mala era que me habían descubierto la enfermedad hepática y lamentablemente era tarde. Era congénita, muy poco común; mi hígado no metabolizaba el cobre que va en muchos alimentos y eso me había provocado una cirrosis.”, recuerda.

Y sigue: “La buena noticia era que la ciencia había avanzado mucho, que tenían un alto índice de positividad respecto a un trasplante. Ahí me informaron que mi vida iba a depender de ello. Es un momento tremendo recibir las dos noticias, el diagnóstico de la enfermedad porque nadie piensa que puede llegar a tener algo así, y luego, la solución. Hace 25 años atrás, no se hablaba tanto de la donación de órganos y trasplante, como se hace ahora”.

El impacto emocional fue muy grande y le costó un tiempo aceptarlo. Después comprendió que debía convivir con la enfermedad. Siete años pasaron y la buena nueva llegó.

“El momento de mayor tensión fue cuando me avisaron que había un operativo para mí, esperar hasta que se confirme. Porque podías ser compatible, el órgano estar perfecto, pero la familia decía no y se caía el operativo; ahora con la Ley Justina eso no sucede. Fueron seis horas de mucha tensión. Cuando me confirmaron, realizamos la preparación y enfrenté a la mayor cirugía del siglo XX. Lo recuerdo con mucha emoción”, cuenta.

El después fue para este tucumano, un volver a empezar. “No solamente recibí un hígado, recibí calidad de vida que jamás hubiera imaginado. Me permitió recuperar lo que había perdido por mi enfermedad hepática. Es maravillosa la vida del trasplantado, porque no tiene techo. Se concretan los sueños, se puede proyectar. Más allá de la condición de trasplantado, es una vida casi normal”, asegura.

Luego recapitula todas las travesías a las que se subió: se dedicó al deporte y en 2012 viajó en bicicleta desde la Casa Histórica hasta el Cabildo de Buenos Aires, también desde nuestra provincia hasta la reserva Villavicencio en Mendoza.

Pero sus metas no terminaron allí. Se dedicó en los últimos 18 años a contar su experiencia, a motivar a grandes y chicos a que se puede salvar vidas, gracias a la donación de órganos. Dio charlas en escuelas de Alta Montaña, participó en programas de radio, acompañó el proceso de otros pacientes que vivieron lo mismo que él, incluso viajando con algunos de ellos hasta Buenos Aires. Sin dudas, su segunda oportunidad, fui pura inspiración.

En este contexto, resalta que actualmente Tucumán está dentro de las primeras provincias en donación de órganos: “El hospital Padilla es el efector donante número 1 del país, un logro enorme. No solamente que hacen ablaciones sino trasplantes también. Hoy destaco  todo lo que se ha conseguido, espero que este día nos sirva para reflexionar y valorar”.

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